Hace unos días estuve en casa de mis papás y, como cada vez que voy, volví a catar los macarrones de mamá de toda la vida. Hace años que ella los prepara. En su casa, es un clásico. La receta la ha variado algo de lo que recuerdo de cuando yo era pequeñita pero el sabor me sigue encantando.
Tengo flashes de algunos momentos de cuando yo andaba ayudando por la cocina y era la que se encargaba de abrir aquella lata de foie gras Mina que se añadía al sofrito. Aviso de que una habla de la prehistoria del siglo pasado pero estoy segura de que más de uno sí debe acordarse de esa latita que se abría por el medio con una especie de llave que creo que ya hace muchos años que ha desaparecido de nuestro cajón de aperos cocineriles. Me ha hecho ilu encontrarme en los interneses con una imagen de lo que era ese foie de una época en la que los refinamientos gastronómicos eran bastantes menos de los que nos gastamos ahora.
Pero claro, colesteroles, tensiones altas y demás mandangas que hace pocos años se tenían bastante menos en cuenta, nos han obligado a prescindir de productos como ese que, añadido a los macarrones o en bocadillo, marcaron muchas infancias de los que pertenecemos a esa época de los de cómo pudimos sobrevivir.
La receta actual de estos macarrones ya no incluye ese llamado foie gras trufado pero a mí me sigue pareciendo igual de rica.
No os pongo cantidades por que es algo que, tanto mi madre como yo, siempre hemos hecho a ojo.
Se prepara un buen sofrito de pimiento verde y cebolla. Cuando está pochado se añade carne picada de cerdo, se le da un volteo para desmenuzarla bien y se le agrega el tomate picado. Se deja chup chup un ratito, se rectifica de sal y echamos los macarrones cocidos aparte y bien escurridos. Le damos otro volteo más y lo ponemos todo en una bandeja de barro.
Cubrimos con una bechamel ligerita y espolvoreamos con queso.
Ya solo queda gratinar unos minutos en el horno hasta que el tema esté bien doradito y disfrutar de uno de esos sabores nuestros de toda la vida.
Bon profit!!!
